Tras a súa intervención, considerei oportundo realizarlle unha pregunta en relación a esta necesaria distancia, mais a respecto do poder económico, e, tamén, cara a audiencia. Por esquecemento, ou omisión só respondeu á primeira parte da pregunta, se ben, o que se vén chamando dende hai tempo, tiranía da audiencia, pode ser a controvertida chave que remate dunha vez por podas cas posturas relativistas verbo da pertinencia ou non de certo tipo de programas televisivos que copan as mañás, tardes e noites dun enorme segmento da poboación.
De forma clara, e concisa, expón o problema a filósofa barcelonesa Victoria Camps:
«Las masas, esas aglomeraciones informes que trajo consigo la industrialización, han
acabado por asumir un papel aparentemente alejado de las hipotéticas rebeliones que se
auguraban. Hoy las masas son audiencia. Telespectadores, radioyentes y eventuales
compradores -no me atrevo a decir lectores- de prensa variada. Por definición, la audiencia no es rebelde: es sumisa y dócil. Se limita a escuchar, a ver o a leer lo que le pongan delante. Pero también es libre de cambiar de canal o de emisora, de dejar de comprar el periódico o el semanario si le desagradan o se aburre con ellos. La audiencia, ciertamente, es pasiva, pero no menos poderosa. Su respuesta no pasa desapercibida. Se la ausculta minuciosamente para confeccionar los inevitables rankings que funcionan a modo de termómetro que establece el diagnóstico preciso: ésto gusta más y aquello menos. O sea: ésto es mejor que aquello, hay que seguir dando más de ésto y menos de lo otro. La audiencia prescribe lo que debe ser hecho, dicho o escrito en los medios de comunicación de masas. Si es cierto que no existe lo que no aparece en los periódicos o en televisión, no lo es menos que no vale lo que no es capaz de mantener atenta y fija en su asiento a la audiencia. La audiencia es la medida del valor.»
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